CUARTO magazine · ARCHITECTURE PLAYGROUND · "IDENTIDAD"


Recibí un mail hace unos meses ...

"..estoy colaborando como gestor de contenidos en una nueva publicación que se llamará Cuarto Mag.
Se trata de proponer nuevas perspectivas a la Arquitectura, a través de otras disciplinas tangenciales. Cada número girará en torno a un tema, siendo el primero la "identidad".

"...creo que podrías encajar muy bien en el proyecto".


La semana pasada recibí la revista.
Señores arquitectos, cotilleen que bien vale su interés.
Yo adjunto un ole, al como, al que, al cuidado.

Y más que nombres presento sugerentes títulos:

"En el barrio si hay banderas", "Cartógrafos del comportamiento", "Cuando la cultura se impone al individuo", "Retratos de una vecindad", "Public made by Private", "Memoria y arquitectura efímera" ....

Yo presenté a mis "Invisible Walks" de Madrid que en inglés suena muy bien (al final el texto)

Felicidades Señores de Cuarto Mag. Los bien seguiremos de cerca.
Ah y ...ya hay Call for paper para el próximo: ABNORMAL.

+info: http://www.cuartomag.net



Número 1 – Identidad

Una identidad es un constructo social. No se refiere a una realidad dada, sino a un discurso destinado a dar un orden de cosas reescribiendo (o escribiendo) la historia, el espacio, la cultura.

(Philippe Gervais-Lambony)

Ellos quería las ilustraciones y un poco de texto.
Yo me aceleré y hasta aparecí con un cuento que no pudo ser.
Aquí lo dejo por si alguien... llega.



El Cuento De Los Tres Barrios. Ciudad y y Identidad
Clara Nubiola


“El paisaje, o mejor, los paisajes son adquisiciones culturales y no se entiende cómo podría tratarse sobre ellos sin conocer bien su génesis.”.
Alain Roger. “Breve tratado sobre el paisaje” Prefacio.
“¿Ese? Un vendido. Ese es un vendido. Fíjate. ¿Qué queda de él?. Nada. Las apariencias!. Dijo que lo único que quería era renovarse y hacer un lavado de cara pero primero fueron las fachadas, luego empezó a cambiar sus colmados por bares diciendo que así conocería a gente nueva y se lo pasaría mejor, y después llegaron las tiendas de diseño con sus precios en órbita. Y entonces, entonces dijo que no había nada que discutir. Que esas tiendas eran mucho más bonitas que las decrépitas zapaterías o aquellas pastelerías de bombillas fundidas.
Y ya te puedes imaginar el resto. Con los cambios llegaron a sus casas nuevos habitantes y, sobretodo, nuevos visitantes que lo llenaban de elogios y adulaciones. Él, encantado e hinchado de orgullo. Que si una fotografía por aquí que si una fotografía por allá. Él, que siempre había sido un barrio modesto y sin postureos.

¡Vamos hombre! Y recibiendo a los visitantes con esa sonrisa tan falsa!
Es que me pongo nerviosísimo solo de pensarlo. ¿Me entiendes, verdad?.
Y lo peor de todo es que encima empezó a enfadarse
y sentir vergüenza de los vecinos de siempre. Con el pobre Juan, que ya debe tener 80 años, porque bajaba con las zapatillas a buscar el pan y que si eso da mala imagen; con Maite porque a quién se le ocurre tender esa ropa interior tan fea en el balcón que da a la calle…
¡Vergüenza la que debían tener los vecinos viéndolo así
Perdona que me alargue pero tienes que conocer la historia no me vayas a idealizar al farsante ese.
¿No te aburro, verdad?
Intentamos avisarle. Le dijimos que había perdido su carácter, su identidad, que estaba bien lo de “modernizarse”, pero que estaba demasiado pendiente de las apariencias, de ganar dinero, de que lo visitaran y de que todo sucediera rápidamente; que aquello le pasaría factura.
El tío ni caso. Se partía de risa. Vaya que lo único que conseguimos fue que se burlara de nosotros llamándonos retrasados; una pena, la verdad.
Y claro, finalmente, pasó lo que tenía que pasar.
Pues lo de siempre, claro. Murió de éxito. Mientras a él le ponían las etiquetas de “artificial”, “turístico”, “masivo”, “típico”, aparecieron otros barrios que empezaron a despuntar. Eran la novedad y llevaban impresa esa fantástica etiqueta que dice “de moda”, “barrio de moda”.
Y él se fue quedando en un triste tercer plano. Lo seguían visitando y por supuesto ganaba dinero pero había perdido ¿cómo te lo diría? … La chispa.
Ya no te cuento más, que aunque habría más detalles, lo importante ya está dicho. ¿Me entiendes, no?
Y por eso, y para que no te pase lo mismo, escucha lo que te digo. No tengas prisa. Te han construido muy rápidamente pero ahora tú tienes que ir forjándote una identidad. Sin prisas y con la ayuda de los que te habitarán. Ten paciencia.

Esta historia y los consejos se los daba un barrio limítrofe construido en los años 60 al pequeño barrio de nueva construcción que había ido emergiendo en su frontera. Un barrio nacido de una planificación urbanística hecha desde un despacho lejano que estaba intentando, a pesar de su artificialidad, forjarse una identidad. Luchando por superar las características inseguridades y complejos de lo que se ha construido demasiado rápido y sin respetar el ritmo de lo que debería haber sido un crecimiento gradual acorde con las necesidades reales de cada momento.
Tres barrios, tres… ¿identidades?
El primer barrio, el orador, era un barrio obrero, de periferias, como a algunos les gustaba decir. Un paliativo “de urgencia” para cubrir la necesidad de vivienda de todos los inmigrantes llegados a la ciudad en busca de trabajo y que venía a frenar la aparición desbocada de barracas en el perímetro urbano. Viviendas en bloque de bajo coste, construcciones alienadas, espacios públicos ausentes; un barrio aislado, mal comunicado y sin servicios ni infraestructuras. Como muchos otros barrios que fueron construidos en las periferias de las ciudades, hecho con prisas y ocupado rápidamente.
Pero un barrio luchador. Un barrio al que las carencias, la sobreocupación, el aislamiento y el abandono de las instituciones le habían forjado un fuerte carácter reivindicativo, social y de unidad. Carácter que le había ayudado a superar las durezas arquitectónicas a las que estaba sometido y reinventarse improvisando soluciones vecinales a sus carencias. Desconfiaba de los fríos barrios elitistas que a pesar de sus lujos y comodidades permanecían fríos y herméticos. Y como habéis visto, criticaba a los barrios del centro de la ciudad que no cuidaban a sus vecinos, ni a sus historias, ni a sus comercios y que, cual veletas, mudaban de piel según fuera el comprador.
Era un barrio ííntegro, fuerte, generoso aunque, sií, también desconfiado.
El segundo, un barrio de nueva construcción. Planificado en épocas de bonanza económica y boom inmobiliario había visto truncados sus objetivos de ocupación y riqueza a raíz de la crisis económica en la que se había visto sumergido el país. Un barrio diseñado con el ímpetu de un sueño, urbanizado con la ilusión de albergar y finalmente paralizado por completo.
Calles demasiado ordenadas. Ausencia de peatones. Bloques en serie y carteles de se vende. Locales vacíos, persianas bajadas y solares en espera.
Como ya comentamos más arriba, era un barrio a medias, inseguro, artificial.
No sabía, no había quién le marcará pautas, quién le guiara en su crecimiento. Su arquitectura, sus calles eran patrones repetidos de otros barrios similares y, como agravante, no había habitantes que quisieran ocuparlo, vivirlo, identificarlo.
Observaba envidioso a los barrios que él describía como triunfadores, ubicados en su mayoría en el centro de las ciudades, llenos de comercios, turistas, vida.
Un continente sin contenido. Un barrio a la espera.
Y por último, el barrio histórico al que acusaban de vendido. Un barrio antiguo, construido con el devenir del tiempo, edificado y transformado lentamente. Que había visto como la historia vivida, las necesidades de cada momento y sus distintos moradores le habían ido imprimiendo una identidad, que lejos de ser estática e inalterable, mutaba –imperceptiblemente a corto plazo- con los años, adaptándose a los cambios y brindándole mayor riqueza.
Era este barrio, maduro, experimentado y buen conocedor de los quehaceres urbanos, el que se había dejado embriagar, olvidando que el carácter y la identidad de un barrio se construyen a fuego lento. Había decidido renovarse y tenía que ser rápidamente. Verse más atractivo, gustar; como aquella señora que un día, al verse en un espejo, rechaza arrugas, canas y flaccidez, y decide acudir al bisturí, obviando que esa nueva fachada transformará su apariencia pero también, inevitablemente y de forma abrupta, su identidad. El porqué nunca lo sabremos. Codicia, complejo de viejo, vanidad.
Tres barrios y, sií, tres identidades.

Rasgos de su momento presente.

Identidades en movimiento.
Hoy, ahora, estos barrios son.
La transformación de barrios y ciudades es inevitable. Pero la velocidad de ciertos cambios, la instrumentalización urbana, la mercantilización de las calles, el crecimiento desmesurado nos hacen temer la pérdida de nuestra identidad local. Tememos perder aquella identidad que nosotros conocimos, aquellos rasgos que caracterizaban una calle, un barrio, una ciudad y que forman parte de nuestra historia y memoria.
Las ciudades se homogenizan, las arquitecturas se repiten, los barrios pierden su identidad, el turismo los aliena, se pierde el carácter. Una queja compartida. Un grito local. Un debate en abierto.
Pero a pesar de los temores debemos aceptar que la identidad es mutable, que los rasgos que identifican a un barrio o ciudad no son imperecederos y que los cambios son, en su mayoría, producto de nuestros cambios como sociedad.
Existen claro, políticas urbanísticas y de mercado que aceleran y precipitan algunas de estas transformaciones y eliminan de bocajarro particularidades locales que caracterizaban a una u otra área urbana, y es entonces cuando se alzan las voces de alarma y las críticas generales, pero no debemos obviar nuestra parte de “responsabilidad”. Cuando una librería cierra y en su lugar abre una tienda de bisutería no hay que culpar a políticos o urbanistas. Aquella librería – y aquí me duelen mis palabras pero necesito provocarme- dejó de ser útil. Y la bisutería, sus pendientes a 6 euros y sus pulseras de hojalata, deseables.
Hace 8 meses me invitaron a participar en una exposición sobre la ciudad de Madrid. Tenía 30 días para presentar mi trabajo, ninguna ilustración guardada que pudiera recuperar y la nula posibilidad de desplazarme a la ciudad para poder trabajar. Decidí que, desde Barcelona, me pasearía por sus barrios haciendo fotografías desde mi ordenador para después, realizar un collage ilustrado de cada ruta.
Tracé en google maps 16 rutas al azar.
Descendí a la calle con Street View.
Y me pregunté si, desde mi ordenador y paseando virtualmente, sería capaz de distinguir un barrio de otro, de captar su peculiaridades, de retratar su identidad o si todos los barrios parecerían el mismo.
Con el ratón, empecé a caminar. Prejuiciosa, esperando a la “ciudad global”.
Fui avanzando, contemplando comercios, tiendas, personas, farolas, edificios.
Mi cámara de fotografiar, una captura de pantalla. Click, click, click. Cmd + Alt + 4.
Y los barrios empezaron a dibujarse. Calles anchas y torres unifamiliares con sus coches aparcados en los garajes y los niños de uniforme. Colmados y bares con barriles en sus puertas, toldos anunciado tapas con cerveza y sillas con sus señoras en la calle. El centro, las calles antiguas, las iglesias de muchos años y la densidad comercial. El barrio de bloques, solares y caminos por asfaltar. Cada uno se iba presentando, orgulloso de su singularidad, de su diferencia frente a los demás.
16 collages, 16 barrios, 16 identidades.
Sií. Las ciudades se transforman, incorporan similitudes y pierden singularidades, pero ¿cabe imaginarse en un futuro una calle igual que otra, una ciudad espejo?
La pérdida de identidad no debería preocuparnos.

Es la identidad que estamos construyendo la que deberíamos cuestionarnos.

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